Monday, May 29, 2006

En las Profundidades de Café Berlín

Cuarto Encuentro: Primera Parte

Ella me había confirmado por el celular que estaría allí. Estoy un poco tarde, y ahora apresuro el paso mientras voy arreglándome la ropa como puedo. La respiración se acelera, no porque voy a toda prisa, sino porque nuevamente voy a encontrarme con la que me arrastró hacia la locura, cuando quise convertirme en el manjar que se enriquecería con la espesura de su boca… El corazón se precipita, no porque voy más aprisa, sino porque otra vez mis ojos recorrerán la pista de su boca olímpica, galardón anhelable de célebres atletas. Sí, ella misma…, la Mujer de Boca Grande, la propietaria de mi fantasía, de estas letras, de mi sueño.

Como todo último viernes de cada mes, organizado por la talentosa y súper cariñosa Bárbara Forestier, había lectura de cuentos en Café Berlín. Nunca lo había visitado. Por fin llegué, abrí la puerta, subí los escalones, giré hacia la derecha, y lo primero que me impresionó del lugar fue un cuadro rectangular, en el que había una sirena muy sensual, acompañada por once peces. Pero algo me extrañó de la sirena: tenía un aspecto pálido, una sonrisa amplia, por la que dejaba ver unos dientes afilados. ¿Acaso esto era signo de una mala noche?

Me puse a observar bien, y realmente Café Berlín es como estar en las profundidades del mar. Algas, flores submarinas, conchas, un proyector que reflejaba en la pared la vida acuática dentro de una pecera… En fin, te crees que estás en un rincón del océano. (Además, noté todo el tiempo la finura, el buen gusto del lugar; también el servicio que daba Arvel a todos los que estaban allí: excelente. Y la comida, de primera).

Al entrar y al haber tomado hacia la derecha, fui directamente a la mesa donde se encontraban los cuentistas… Me preocupé un poco, porque ella no estaba con ellos. Saludé a los cuentistas efusivamente: Bárbara Forestier, Emilio del Carril (el rey del erotismo), la encantadora Awilda Cáez, el doctor Jorge Valentine o Mr. Ernesto Darién, Nilda, Juan Hernández, y otros… Pero faltaba ella.

Me senté, y después de un rato comencé a inquietarme porque no llegaba la partitura clásica de su silueta, la composición mediana de su cuerpo, la armonía de su presencia. Cada vez que pasaba el tiempo, me sentía vacío ante la ausencia de la sinfonía de sus hombros y de la pieza maestra de su cuello. Deseaba llenarme nuevamente con la melodía de sus ojos que se semicirculan cuando ríe.

Dentro de mi mente, marcaba el tiempo con su nombre. No prestaba atención a las voces de los compañeros, sólo extrañaba escuchar el tono de su voz, la acústica de sus palabras y de su risa. Necesitaba absorber el ritmo de sus movimientos precisos y concertados, de la cadencia de su mirada acompasada. Realmente estaba sentado en primera fila, pero pensando cuánto más tendría que esperar para ver la ejecución envidiable de la orquesta de sus labios, para deleitarme con el concierto de su boca grande, auditorio predilecto de virtuosos violinistas.

Dio inicio la ronda de lectura de cuentos, y en vez de disponerme a escuchar la narrativa de los cuentistas, volví a fijarme en el cuadro de la sirena de los dientes afilados. (Esa figura me hacía presentir que algo sucedería.) No puse atención a lo que narraban, ya que no dejaba de pensar en ella. Ante el desespero, no tuve más remedio que sentir tranquilidad al recordar cómo inició mi historia con ella…

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Thursday, May 04, 2006

En la cena durante una tarde en el Viejo San Juan


Tercer Encuentro: Tercera Parte

Nos interrumpió la moza, quien nos trajo la comida…

Una vez puestos los platos sobre la mesa, le dije ‘Buen provecho’, y la Mujer de Boca Grande me autografió con la tinta de sus labios una sonrisa niña, la que me remontó al recuerdo de la primera vez que anhelé un beso suyo, un poco antes del encuentro de En una noche en el jardín de las miradas.

Se irguió con elegancia; en dos movimientos leves con la cabeza, manejó su pelo lacio y castaño y lo acomodó encima de su espalda nívea, arropada de amapolas blancas. Me aturdía ver cómo su piel nacarada no oscurecía la melena de su boca gitana, egipcia o india…, ni sus ojos verde-amarillos eran capaces de opacar su boca clásica, modelo y envidia de todas las culturas. Era un hecho: su boca grande se imponía a todo atributo de su cuerpo. Cómo la hubiere descrito Neruda, si hubiese visto su boca. Por eso la contemplaba sin descanso, y mi mente no se rendía en recitarle entre corcheas innumerables ‘te amo.’

Cogió el tenedor; cerró los ojos; comenzó a murmurar silenciosamente: rezaba. Y de nuevo quedé estupefacto ante aquellas columnas de labios, que se flexionaban a la deriva; y pasó por mi mente que ella solicitaba al Todopoderoso que desatara su dilema, para que por fin yo pudiera abrazar el cuerpo de su boca grande, y a su vez, ella pudiera dejarse ceñir la cintura de sus labios libremente.

(Nunca la había visto comer, qué experiencia.) Fue la primera que comenzó la mecánica de llevarse la comida a la boca. De la nada mis neuronas comenzaron a devanear: tuve en cuenta que el alimento, que tenía servido frente a ella, iba a disfrutar de la boca por la cual deliro; no podía creer que lo que había en aquel plato esperaba con ansias ser devorado por la Mujer de Boca Grande, por su boca caudalosa, torrente vivo del Amazonas.

Pacientemente, con el temple de artesana, amontonó una porción considerada en el tenedor, lo elevó y lo llevó hacia sí; ella abrió las garras de su boca y atrapó con facilidad lo que había elegido devorar. Presionó los labios y asfixió el utensilio plateado con todo su contenido, la mina de sus ojos de oro se concentraron penetrantes en los míos, y ella, sin dejar de mirarme, comenzó a extraer el tenedor con delicadeza, quedando éste lustroso y lleno de placer.

Quedé atolondrado, pero eso no fue todo: ella, sin quitar sus ojos mostaza de los míos, comenzó a masticar… tan moderada, tan divina, tan adrede. Quedé enajenado ante las ondulaciones de sus labios voluptuosos; ella los comprimía, los escondía, y los volvía a mostrar… prominentes. En esos instantes quise convertirme en aquel manjar que enriquecía los confines de su boca, quería ser aquel aperitivo que se erosionaba dentro del laberinto de su boca grande. Empecé a sentir latidos en la cabeza, me ensordecía el corazón. Cuando, de repente, sentí un doloroso pellizco en la mano y un ‘¡Deja de estar mirándome, y ponte a comer!’ Tal delicioso regaño, me sacó de la locura; pero siguió comiendo, y no por eso dejé de sufrir entre cada bocado que ella degustaba.

Durante la cena dialogamos sobre asuntos cotidianos, de trabajo, literarios y no faltaba, para reírnos un poco, el criticar a los que estaban alrededor nuestro (no volvimos hablar sobre nosotros). Terminamos de cenar, y justamente al salir del restaurante, el dorso de su mano derecha se juntó con el dorso de mi izquierda. Las mantuvimos inseparables por todo el camino. Llegamos a su carro; abrió la puerta; se acomodó en el asiento; le cerré la puerta; ella bajó el cristal para despedirse:

—Gracias por todo, Poeta. Encantada nuevamente.

—No tienes que agradecer nada —me incliné para contemplarla por última vez, y vi su boca gloriosa que incitaba a besarla.

—Imagino lo que piensas. No sé qué decirte; no sé qué hacer, Poeta —su cara sobresalió un poco—. Lo que sé es que ahora… es un momento de un beso…

—De despedida, definitivamente —dije con resignación.

—Beso de despedida…, pero no definitivamente…

No entendí lo que quiso decir; solamente, cerré mis ojos. Sentí su mano detrás de mi cuello, y que me presionaba y me conducía hacia ella. Supe que su rostro estaba muy cerca del mío, porque su respiración la sentí sobre mi nariz… En un momento dado, sentí el peso de sus labios mullidos en cada uno de mis párpados, y luego, después de varios segundos, sentí un roce fugaz en mis labios; no pude creerlo y abrí mis ojos...

—Yo quisiera tener tus ojos, Poeta. Siempre tiendes a ver un poco más allá. Me gustaría saber cómo ves las cosas ahora —dijo con una sonrisa magna, movida de niña traviesa.

No pude más, y me reí de su ocurrencia. Nos dijimos ‘adiós’, ‘nos mantenemos en contacto’… ‘Será hasta la próxima’…

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This work is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial 2.5 License. Derechos Reservados © 2006 Neftalí­ Cruz Negrón