Quinto Encuentro: Cuarta ParteTras haber viajado fragmentariamente la valentía de las letras eróticas carrilianas (o sea, de Emilio del Carril, ‘El rey del cuento erótico’), de pronto, en vez de estar sobre una orilla de cara al Atlántico, me vi presente en medio de una sala, con mi fantasía transformada en una cámara cinematográfica, por cuyo lente captaba la secuencia de unas escenas tan vivas, que las podía recordar y escribir luego con facilidad. Y para culminar, sin embargo, pienso que sería prudente, para beneficio de Mis Fantasmas, reescribir en su plenitud los últimos dos párrafos de mi cuento erótico ¡Feliz cumpleaños, Jay!, para así recuperar y continuar el hilvanado de una historia previamente interrumpida…
[…] —: Dee…, es hora que te vayas de mi casa.
Dee palideció aún más, reluciéndole el negro de su pelo; atónita, se volvió fugaz hacia Tee, y vio que éste perfilaba una sonrisa triunfante y que burlonamente había sacado su lengua color de barro, la que siempre daba la impresión de ser una lengua sucia o coagulada. Lento, Dee miró a cada uno y se le revolvió el estómago, quizá de coraje, de verse menospreciada, de ser parte o de encontrarse entre la escoria; cabía la posibilidad de que sus náuseas fueran causadas por el olor empalagoso impregnado tan cerca de ella, o de capitalizar que sus encantos habían sido deshonrados por la deficiencia de hombría. Por fin controló las náuseas y dijo fúnebremente—: Me has traicionado, Jay. No puedo creer que después de tantos secretos…, me deseches, y me pagues con esta vil actuación. Eres lo peor que he conocido. No eres un hombre, y sí un miserable.
Agachó su rostro, y se ordenó a salir de la casa. En el breve trayecto había decidido desaparecer para siempre…, sin haber sido el regalo de Jay. Pero justo cuando se encontró entremedio de los hermanos, dándole a cada uno su perfil, Dee se detuvo para mirar a Jay por última vez. Él la miraba con unos ojos brotados, que expresaban cierto temor. Jay sabía que su amiga de la infancia era capaz de hacer cualquier cosa. A Dee le pareció la cara de Jay, inexistente. Ella determinó que había sido herida por un perfecto tonto. No podía creer que la carencia de valentía en un hombre le frustrara el deseo genuino de manejar a un virgen en su cumpleaños, al único que ella quería. Se fijó en los ojos de Jay, parecían que estaban a punto de soltar incontables lágrimas. Dee tuvo impulsos arrebatados de maltratarlo, de bofetearlo y a golpes llevarlo a la cama para que aprendiera a ser hombre. Y pensando en esto, a Dee se le enrojeció el rostro, comprimió los labios, arrugándolos, como aguantando una estampida de insultos; frunció el ceño y apenas sus ojos se veían a través de las pestañas; encendida en cólera, sus extremidades comenzaron a temblar, una fuerza desquiciada la dominaba; y sin que los hermanos tuviesen tiempo para reaccionar, o para dictaminar amenazas o regaños, Dee se deshizo de la blusa y la falda. (Su blanquísima desnudez se facilitó por la ausencia de ropa interior.) Ahora su cuerpo desnudo era sostenido por las sandalias verdes con las tiras de cuero entrecruzadas más arriba del tobillo. La falda todavía estaba encima de los pies. Como si diera pasos para subir escalones, Dee dejó plantada la falda en el suelo. Con la punta de la sandalia, simulando una leve patada, la alejó de su peso.
Después de posar secamente la mirada en los ojos de Jay, Dee bajó la cabeza para inspeccionarse cada uno de sus senos. Luego levantó una pierna, y descubrió a una hormiga que zigzagueaba desde la rodilla hacia el muslo. Dee sonrió ante la probabilidad de que ese pequeño que corría por su carne tuviese más arrojo que un hombre. Pero aún así no le perdonó la vida. Luego, Dee abrió las manos, y comenzó a delinearse con ellas su figura.
La sala estaba desierta de palabras. Los hermanos estaban perplejos ante la primera mujer desnuda que habían visto en su vida. Muy excitado por lo que veía, y con una agilidad de la que nunca había gozado, Tee se metió la mano izquierda en el bolsillo delantero y sacó un puñado de óvalos de chocolates; los engulló y comenzó a masticar sin control. Tee, al estar sentado en el sofá, apreciaba a Dee más de lo que podía su hermano. Dee le envió a Jay la última mirada, en la que acumuló todo su rencor y desprecio que sentía hacia él. Y con un giro sorpresivo, Dee le dio la espalda. Se inclinó hacia Tee, a quien se le engrandecieron los ojos y no pudo ocultar un horrible ahogo, como si le faltara el aire. Cuando Dee por fin desabrochó el pantalón y le bajó el cierre de la cremallera, sin mediar palabras, Tee volvió a estirar las piernas y echar su cuerpo hacia atrás, esta vez para ayudar a Dee a liberarse del pantalón y su ropa interior. Después, Dee, con mucha delicadeza, colocó una rodilla y luego la otra encima de los enormes muslos de Tee. Jay vio cómo su hermano extendió las manos y, sin calcular la fuerza, las llevó salvajemente contra el trasero de Dee, que reaccionó echando su cabeza hacia atrás a la vez que dejó escapar un gemido del que no se podía precisar si era de dolor o placer. Tee ejercía más presión, y Dee se contorsionaba por el hormigueo que recorría en su cuerpo. Cuando Tee apartó las manos para buscar los pechos de la que había sido su enemiga, Jay vio un tono rosado en los glúteos de ella, una mancha rojiza similar al tamaño de las palmas de las manos de Tee.
De repente, Jay se percató que hubo quietud en los cuerpos. Dee comenzó a susurrar algo. Jay no podía observar la cara de Tee, debido a que la espalda, los glúteos y la suela de las sandalias verdes de ella tapaban cualquier expresión de su hermano. Fue meritorio que Jay diera varios pasos hacia delante y diagonalmente hasta que pudo vislumbrar la cara de su hermano… Nunca lo había visto de esa forma. Por primera vez vio que sus ojos estaban completamente abiertos y su mandíbula quieta; asentía sin cesar con la cabeza, definitivamente estaba de acuerdo con todo lo que le dictaba Dee; respiraba agitado, como si tratara de recuperar el aire perdido luego de haber corrido un tramo largo. Jay interpretó, sin dudas, que era el rostro temeroso de la primera vez, o los gestos que piden clemencia, que exigen al verdugo delicadeza, y de su maestría en cómo despejar el miedo y aminorar el sufrimiento. Por último, su hermano cerró y apretó los ojos. Dee llevó su mano más abajo del vientre de Tee. Jay notó que había encontrado lo que buscaba, porque Dee no tardó en apoyarse con las rodillas y elevarse un poco. Tee abrió los ojos, sin poder borrar el reflejo del pánico en su rostro. Dee mantenía su mano escondida cuando empezó a descender lentamente. Tee emitió un grito entrecortado y horrible, no se sabía si era de dolor o de un súbito terror. Ya se había acabado el ‘juego previo’, ya era el momento de [...] la inmersión hacia las profundidades de las sensaciones del placer…
Un engranaje perfecto, una simultaneidad bien ensayada, trabajado al unísono: un centímetro más que el cuerpo de Dee descendía era un centímetro más que el gordo de Tee abría la boca, ovaladamente. Ella recibía de golpe el olor a chocolate y a químico metálico; la sala se impregnaba de una humedad acalorada debido a las exhalaciones del trío de bocas. Mientras la joven se dejaba caer con lentitud, el gordo de Tee descubría que jamás había sentido un calor tan abrasador en su vientre; por un momento él tiritó y el temblor se reflejó en las mejillas y en la papada, los cuales tardó varios segundos en normalizarse.
Cuando Tee había abierto la boca tres centímetros más, se escuchó en la sala un breve choque de metales y un soplo grave, como cuando se desplaza una soga a gran velocidad por el aire. El gordo dirigió la vista hacia donde creyó haber percibido el susurro, y casi se le desorbitaron los ojos al descubrir que Jay, amenazante, mantenía en alto la mano derecha, y alrededor de ella tenía envuelta su correa.
Tras presionar varias veces el duro cuero, su respiración se tornó audible, acompañada de un ronquido arrastrado. Sincronizadamente, el pecho y las aletas de la nariz se inflaban y desinflaban a un ritmo veloz. En su frente sudada, de repente brotó una vena fina y verdosa. La palidez en su semblante le hizo resaltar sus ojos redondos y sin expresión. Jay arrugó los labios, entre los que se veían a medias cuatro de sus dientes. La dirección de sus ojos se posaba en la espalda de la joven Dee. Cualquiera podría conjeturar que Jay imprimía la postura adecuada del que descubre algo aborrecible, imperdonable, o como del que captura en el acto al violador de un niño o niña.
La correa se balanceaba, en alto, en acecho; Tee quería detener la descarga inminente de su hermano contra la espalda de Dee…, pero estaba mudo, inmóvil e inmerso en las profundidades de las sensaciones del placer. Jay elevó un poco más la mano derecha y estiró el brazo hacia atrás todo lo que pudo. Una franja de luz que se colaba entre las hojas de la ventana chocó contra el broche plateado de la correa, rebotando el reflejo de luz con precisión en la boca de Tee: pudo verse una lengua barrosa y varios de sus dientes marrones manchados por el chocolate.
A Dee le faltaba poco para atragantar por completo el sexo de Tee cuando se percató del resplandor que se iluminaba en la boca que tenía delante de sí, una boca ovaladamente abierta, casi a punto de desgarrarse. Detuvo el descenso e instintivamente ella volteó la cabeza y descubrió qué ocasionaba el destello. Observó de arriba abajo con una fijación retadora la postura de Jay... Enseguida no temió de él; por el contrario, arqueando una ceja le sonrió maliciosa por encima de su hombro derecho. Entrecerró los ojos, y tras tocarse el labio superior con la punta de su lengua, dijo con una voz desfalleciente—: ¡Mmmm, Jay!... Adelante… Vamos, golpéame en la espalda… No estaría de más...
Sin que se escuchara sonido alguno, Jay articuló con los labios una palabra corta y milenaria, Dee leyó sus labios y respondió—: Sí, lo soy… Me encanta serlo…
Y no soportando que su insulto no surtiera efecto en ella, Jay volvió a presionar la correa mientras doblaba el brazo hasta llevarlo a un ángulo de noventa grados. Pero justamente antes de que él se dispusiera a reventar su ira contra ella, Dee, sin haberlo dejado de mirar a los ojos, articuló separada y silenciosamente con los labios ‘Du’ -‘Ro’. Hasta entonces, Jay había creído en todo momento que dominaba su instinto conforme a su voluntad. No obstante, en la lectura de labios dado a Dee, reconoció que él no ejercía el control absoluto, sino ella. Por tanto, desistió de su intención, frenó el impulso y todo quedó en un amague teatral y aparente. Poco a poco, empezó a bajar el brazo a la vez que su rostro…, ahora inexpresivo.
—Ese es tu problema, Jay… No tienes agallas…
Tal vez ella tenía razón… Y luego de un suspiro liberado por la nariz, Jay dejó caer el arma, sin perderla de vista. La correa yació en la frialdad del suelo y había formado una ‘e’ flácida. Un escupitajo femenino que cayó dentro del semicírculo de la ‘e’ y una risa burlesca despertaron a Jay de su embobamiento e hicieron que levantara el rostro, pero ya la chica había desviado su atención hacia Tee, determinada a culminar su descenso.
Sin que nadie se percatara de su presencia, Jay comenzó a avivar su mente, esperanzado de que ésta le produjera la próxima movida que lo redimiera de la trayectoria de su debilidad; sin embargo, para él era un hecho de que analizar una situación significaba quitarse segundos de vida. Bajó la cabeza y se llevó el índice y el pulgar a la barbilla; dio dos pasos hasta colocarse justo detrás de la chica, quien ahora tapaba a Tee de su campo de visión. Mientras Jay fingía estar enfrascado en la búsqueda de una resolución que parara dicha actividad inmoral, le echaba un vistazo a la leve desviación en la columna vertebral de Dee, pero se detuvo al final cuando vio dos hoyuelos perfectos en el cóccix; de seguido, empleó varios segundos en una comparación no tan superficial, cuyo propósito no era otro que verificar si había alguna diferencia entre sus glúteos. Cuando descubrió que la curvatura de una nalga resaltaba más que en la otra, Dee volteó la cabeza por un momento para dar a entender a quien le observaba detrás, que ella no abandonaba el estar en alerta. En ese breve instante, Jay vio que el perfil de la joven no reflejaba placer. Más bien tenía impreso en el rostro el emblema neutral con que se lleva a cabo un trabajo engorroso de puros negocios.
En efecto, Dee se concentraba en mantener su vientre lo más seco posible. Apenas con la escasa lubricación no controlada, ella seguía descendiendo; y cuando estuvo a punto de sentarse cómodamente, quedó atascada. Presionó leve hacia abajo y al instante la interrumpió un gemido de espanto. Vio con disgusto la cara abultada con ojos implorantes de Tee, y le pareció que tenía debajo de sí un muñeco inanimado y elástico, verosímilmente hecho de cera. Ella reflexionó sobre el hecho de que volvía a reincidir al lidiar con otro caso de hombría minusválida. Este pensamiento la hizo enfurecer, por lo que decidió no emplear más fuerzas en sus piernas y descender con la naturalidad que el peso de su cuerpo ejerciera. Pero cambió de opinión, y sosteniéndose con sus piernas se dedicó a pensar… si con más o menos detenimiento…
Jay notó la interrupción de la caída y al instante comenzó a conjeturar sobre las posibles razones de la misma. Recordó algunas conversaciones que tuviera con Tee sobre las desventajas que experimentaban los no circuncisos. Ambos eran vírgenes y en el nacimiento no le habían practicado la circuncisión. Jay tomó en cuenta dichas razones, y concluyó que su hermano estaría sintiendo más dolor que placer. Jay fue sacado de sus divagaciones cuando de repente vio a Dee que apretó sus nalgas. Las sostuvo presionadas mientras subía. De Tee provino un quejido débil, que Jay confundió con el lamento de un moribundo. El haber apretado las nalgas le había producido en ellas unos hoyuelos grises, los que ensimismaron a Jay durante el ascenso. La joven se detuvo antes de sobrepasar el glande, y sin dejar de desaparecer los hoyuelos grises, comenzó a dar circularidad a su cintura, como si con ello consiguiera mayor lubricidad o buscara el mejor acomodo. Jay no podía ver a su hermano, mas cuando la joven dejó de circular su cintura, el gordo de Tee extendió ovaladamente la boca hasta el máximo. Ella apretó las paredes de su vientre, aprisionando más a Tee, quien brotó los ojos tanto que hasta pudo tocar con ellos el dorso de cada cristal grueso de los espejuelos. La chica le lanzó una sonrisa de conmiseración, y Tee contuvo el aire en sus pulmones: en silencio se habían comunicado que prontamente se reanudaría el descenso.
Mientras tanto, la extraña belleza de lo prohibido que Jay observaba delante de sí, acrecentaba el predominio de la excitación y la curiosidad. Jamás pensó que tal situación echaría tierra a su propia escala de valores, ni tampoco se imaginó que su semblante estaría imantado e inmerso en la profundidad de las sensaciones del placer. Jay se encontraba en un punto donde ya la recriminación había desaparecido, había entrado a un límite donde ni siquiera se dio cuenta de que se agachaba para ver, desde una perspectiva abarcadora y fotográfica, la inminente fricción de dos cuerpos acalorados en una tarea no tan novel…
Y agachado a su conveniencia, había visto cómo Dee había colocado las manos en el respaldo del sofá y luego, las sandalias verdes en el cojín del mueble. Después de haber circulado su cintura, permaneció quieta. Volvió a presionar las nalgas. Jay se aclaró la garganta con una escasa saliva. No dudaba que habría de ser un descenso glorioso y límpido. Pero antes, ella se volteó hacia atrás y no divisó a Jay. Después de haberlo encontrado por encima de su hombro, le dirigió una mirada y sonrisa maliciosas, y recordó—: ¡Feliz cumpleaños, Jay!
E inmediatamente de haber terminado de pronunciar su nombre, Jay escuchó el estrépito de un azote y casi seguido un alarido de muerte. Jay no tuvo tiempo de asimilar lo que había pasado; pero quedó perplejo al percatarse que tanto las nalgas de Dee como los muslos de su hermano estaban teñidos de sangre. Se preguntó si ésta le habría salpicado encima. Dio una pasada a sus mejillas con las manos en busca de alguna huella… Y al ver sus palmas..., efectivamente… Mientras se limpiaba las manos en los bolsillos traseros del pantalón, Jay sintió un cosquilleo que le motivó a sujetarse los glúteos. Desistió de intensificar la sensación justo cuando el alarido desentonado de muerte se entrecortó por la falta de aire. Entonces, se escuchó reinante la risa infantil e inapagable de Dee.
Fue genuino el cuestionamiento de Jay si su hermano estaría en peligro o no, pero dicha preocupación se borró al ras cuando Jay quedó deslumbrado ante la maestría con que la joven efectuaba sus movimientos. Y bajo una hipnosis, se dedicó a observar, a observar, a observar todo detalle: las contorsiones de su cuerpo blanco de luna fresca, la elevación abrupta, en cuyo tope se expandían sus nalgas con naturalidad, observaba entonces, la caída de golpe o su variante suave o en semi espiral, como una nota de viento; observaba, observaba la alternancia entre la succión superficial y la ajustada, el emplaste rosado creado por la mezcla de la sangre y los fluidos... Todo ello le adormecía exquisitamente; de hecho, la complexión del semblante de Jay se había configurado en debilidad, cuando agudizó su audición y percibió unos susurros de Dee dirigidos a Tee, quien comenzó a decir frases femeninas y de asentimiento en un tono amanerado quedamente. Mientras Tee seguía repitiendo las frases dictadas, Jay identificó el sonido de una ronda de escupidas, las que con seguridad tendrían como destino los cristales de los espejuelos de su hermano. Cegado con la saliva de su enemiga, quién lo iba a decir…, concluyó Jay entrecerrando los ojos, sumergiéndose en un vahído poderoso. Así, inmerso como nunca en las profundidades de las sensaciones del placer, Jay ya no ejercía control sobre sí ni sobre sus manos, que se dirigían hacia adonde jamás pensó mientras se ponía de pie...
Dee detuvo su escupitajo al parecerle que detrás de sí provenían una respiración histérica y una agitación que producía un chasquido continuo. Apenas ella pensó en voltearse, cuando, de repente, dio un respingo y un quejido de placer hacia adentro cuando sintió una quemadura en la espalda. Luego de las últimas salpicaduras, ella cerró los ojos para visualizar el recorrido que tomaba el líquido viscoso y ya tibio, que había sido rociado en su espalda. La joven se concentraba en la tibieza derramada en su piel cuando, en fracción de un segundo, organizó lo que haría a continuación.
Tee iba a preguntarle por qué ella había dejado de moverse, pero lo silenció el hecho de que la joven le arrebatara los espejuelos, situándolos a la distancia del brazo de él sobre el cojín del sofá. Tee alegó que estaba loca, que qué tramaba y, sobretodo, que le devolviera sus lentes, ya que no podía ver. Pero la chica, en vez de responderle, viró su cuerpo con extrema agilidad. Fue entonces cuando se enfrentó con Jay, a quien vio desnudo de cintura hacia abajo y con zapatos puestos. Jay no le pudo ocultar su mirada rendida, pero Dee lidiaría más tarde con él. Y antes que se desperdiciara el derrame en su piel, reveló su contundente directriz, a quien ahora tenía a sus espaldas:
—Tee, quiero que pruebes mi sudor… Lámeme la espalda, Tee…
En el acto Tee abrió la boca y ensanchó su lengua barrosa cuanto pudo; se inclinó hacia delante y lamió por la columna vertebral extensamente, de abajo hacia arriba. Quiso saborear el sudor recolectado, y llevando el contenido de un lado a otro, analizaba si el sudor de una mujer sería tan amargo y espeso, o si lo que creía catar consistía un error debido a la mezcla del sudor de Dee con el imperante sabor a chocolate dentro de su boca. A fin de cuentas, el sudor de la joven acabó por agradarle, incluso, tragable. En tan poco tiempo, Tee se convirtió en un adicto que lamía y devoraba, una y otra vez.
Mientras tanto, la chica reía silenciosamente, pero recobró la seriedad: Jay la miraba sin verla, con una mirada entre indefinida y penetrante, entre ida y lunática. Esta vez Dee temió. Un dato casi cierto era que Jay debía saber de la trastada hecha a su hermano mientras ella reía chispeante, vengadora. Ella necesitaba que el asunto no se complicara, en absoluto, por lo que decidió continuar con la segunda parte de su plan; mas para ello, debía sacar a Jay de su estado absorto… De inmediato, la joven ordenó a Tee que detuviera el lamer para llevar las manos hacia atrás y apoyarse en la barrigota de éste. Luego que colocó sus pies calzados con sandalias verdes sobre las rodillas de su antiguo enemigo, elevó su cuerpo y liberó por primera vez el hinchado y rojo sexo de Tee, a quien no le quedó más remedio que aguardar hasta la siguiente orden.
Ya liberada, podía exponer la sensualidad y maniobrar su cuerpo con soltura. Sin que mediara algún tipo de inhibición, expandió más sus piernas, como alas abiertas, con el propósito de que Jay se fijara en su depilado y en su destreza de hacerla cerrar y abrir nítidamente—: Apréciame más de cerca, Jay —éste obedeció, hipnotizado. No obstante, a él le llamó la atención el rastro de la sangre seca a su alrededor.
Al advertir que se aproximaba, Dee comenzó balancear y a mover su cintura de manera lujuriosa, invitando a Jay a enardecer su deseo.
—Vamos, Jay, prepáralo. Aquí me tienes… Soy tu regalo de cumpleaños, ¿recuerdas? Ahora te toca, Jay. Quiero que sobrepases la potencia de tu hermano… Ordénate que ahora soy tuya… —decía, entre cuyas pausas ella aprovechaba para pinchar el labio inferior con los dientes superiores o para sacar la lengua inquietamente.
Ya lo tenía preparado en la mano y entretanto él se acomodaba, Dee colocó ambos talones encima de los hombros de Jay. Aunque éste veía el orificio claramente, algo dificultaba la entrada: prueba fehaciente de su inexperiencia... Y mientras él exploraba, Dee abrió la boca ovaladamente, atenta y en disfrute del proceso… Y en el momento en que previó que Jay estaba a punto de penetrarla, Dee tuvo la oportunidad de mirarlo y decirle con sinceridad y ternura—: ¡Feliz cumpleaños, Jay! —de pronto, la joven emitió un largo quejido cuando sintió la carne contra carne, la brasa sobre brasa, el roce con roce, el fluido tras fluido…
Tee necesitaba sus espejuelos para distinguir lo que pasaba. Pero en su ceguedad, escuchó a Dee gritar con verdadero deseo. Le incomodó la certeza de que ella se mantuvo muda con él. A raíz de ello, comenzó a cuestionarse si con esa misma falta de expresión de placer Dee buscaba opacar su hombría, o si hubo intención de humillarlo antes de que ella empezara a escupirle en la cara, o si aunque se hubiera entregado seguía siendo su enemiga, o acaso no era cierto que ella le había despreciado por casi o pasada una década y, por último, si habría alevosía cuando ella precipitó su cuerpo de golpe para arruinar su hombría… Recordando el detalle, extendió los brazos; empezó a tantear sobre le cojín hasta que dio con sus espejuelos. Ya puestos, se fijó en su sexo; lo torció a medias y, por la sangre y la rasgadura, calculó aproximadamente el daño que le había causado Dee… Ahora debía tomar venganza… Y fue entonces cuando irracionalmente prorrumpió en Tee un ruego patético en el que pedía participar en la inmersión hacia las profundidades de las sensaciones del placer...
Nadie pareció escucharle, por lo que volvió a reclamar su participación en un tono más fuerte. Por respuesta, Tee obtuvo un intercambio de gemidos y jadeos intensos. Una conspiración silente hacía caso omiso de él, no había duda entre Jay y Dee que el gordo se había convertido en una molestia. Ellos escucharon de nuevo el insistente pedido. Y tras otro silencioso lapso en que se volvía a desapercibir su alegación, Tee exigió su turno con un grito desaforado…
Ignorado por completo… Enojado, Tee posó ambas manos en la cintura de la joven; y justo cuando iba empujarla para quitarse de debajo de ella, ésta le asió el pene, aún de sangre teñido. Por el mal manejo que hacía del mismo, Tee descifró el desprecio que sentía la joven. Sin duda, dirigía con fastidio su sexo para que se callara de una vez. Mas todo resentimiento se disolvió cuando comprendió que Dee, sin dejar de satisfacerse con Jay, ahora le ofrecía a él un sendero más estrecho del que había disfrutado anteriormente. Después de varios intentos, Tee fue calmado. Ahora Dee redoblaba sus gritos, originados por un redoblamiento de placer…
Motivado por la diversión, a Tee le asaltó la curiosidad de saber cómo estaría el ánimo en el rostro de Jay. El gordo no le fue difícil hallar a su hermano por encima de los hombros de Dee. Cuando las miradas de los hermanos se encontraron, Jay quería sonreírle, pero su inmersión en el placer no dejaba que él lograra cambiar el molde de amplitud que delineaba su boca. Aunque Jay no pudo, su hermano le devolvió una sonrisa y cerró los ojos para agotarse, sumergiéndose en las profundidades de las sensaciones del placer…
Pasado tal vez una o dos docenas de segundos, Tee quiso despertar…Y empezando de abrir los ojos, éstos pasaron a ser unos ojos a punto de salirse de las cuencas por lo que creyó fugazmente que tenía que ser un sueño o una pesadilla: Tee se tornó incrédulo ante la facción irreconocible en el rostro de Jay, que lucía una tonalidad roja oscura, como quien contiene el aire para canalizar toda su fuerza, fuerza que se concentraba ahora en sus manos, las mismas que se aferraban al cuello de Dee… Luego de una sacudida final, ella tumbó la cabeza hacia atrás. A Tee le horripiló la mirada en blanco de su antigua enemiga. Jay soltó el cuello y el cuerpo de la chica cayó sobre el gordo de Tee, quien aterrorizado se la quitó de encima con rapidez. El cuerpo esbelto rebotó en el sofá, y terminó en el suelo, boca abajo.
Cuando Tee volvió a dirigir los ojos hacia su hermano; en éste, aunque parpadeaba y había recobrado el color, no se había borrado la desfiguración en su rostro… Mientras Jay se aproximaba lunáticamente, Tee quiso promover el cambio con un discurso emotivo. Mas inhabilitado de construirlo, se paró del sofá y dijo lo primordial y lógico en tales situaciones:
—Jay, reconóceme… Soy yo, Tee… Tu hermano…
Tee no pudo identificar de dónde provino el golpe que lo dejó desprovisto nuevamente de los espejuelos, los cuales cayeron junto al cuerpo de Dee. Durante un tiempo indescifrable, una parte de Jay había fantaseado en cómo darle una paliza a un ciego específico: a su hermano. Le dio una patada en los testículos; Tee pegó un aullido grave y se derrumbó al piso. Con una decisiva determinación, y sintiéndose inmerso en la turbidez de otro tipo de placer, Jay comenzó a patear a su hermano… El aullido se entrecortaba, se reanudaba tenue, se volvía a apagar…, hasta que imperó sólo el resoplar de quien quedó con vida…
Después de recuperado del cansancio, Jay caminaba de un lado a otro de la sala. Cabizbajo, de reojo miraba su obra mientras se desataba una conversación interna y tan antigua como secreta…
‘‘Jay, lo has hecho de nuevo’’—dijo, al ver la sangre vagamente corrediza.
‘‘Hacía tiempo que había que callar a ese gordo; ¿acaso no lo detestabas también, Jay? ’’
‘‘Claro que… ¡Era mi único hermano, Jay…!’’
‘‘¿Y qué me dices, Jay, de esa p…? ¿No se lo merecía? ’’
‘‘¡Jay, cállate! ’’
‘‘Jay, Jay, debes aceptar que ha pasado mucho tiempo desde… No me he portado tan mal después de todo…’’
‘‘Por qué mejor me dices qué haremos con los cuerpos…’’
‘‘Calma, Jay… Jay… ¿No sería formidable que diéramos una visita? ’’
‘‘¿A quién, adónde? ’’
‘‘Adonde tenemos escondidos a mamá y a papá… ¿Qué crees? ’’
‘‘Realmente, Jay… No tengo nada más que decir…’’