Thursday, April 27, 2006

En el restaurante del viejo San Juan: Confesiones entre Poeta y la Mujer de Boca Grande


Tercer Encuentro: Segunda Parte

Caminamos con cuidado por los adoquines desnivelados del Viejo San Juan; ella se aferraba a mi codo. En un momento en el cual tropezamos, ella enlazó mi brazo con el suyo. Me sentí feliz de estar tan cerca de ella. (Al instante imaginé que un turista nos detenía para tomarnos una fotografía, o que un pintor nos pedía con insistencia que fuéramos el modelo para un cuadro.) Quedé fascinado con la fuerza que ejercía su antebrazo. Cada vez que presionaba, se me aceleraba el corazón de alegría.

Llegamos a un restaurante: la iluminación era sombría, se escuchaba una suave música brasilera; las paredes estaban empapeladas con espejos; había cuadros con espléndidos paisajes, pipas extrañas; las mesas tenían manteles rojos intensos, y encima de éstos, servilletas y copas finas, cubiertos plateados, platos en cuyos bordes tenían símbolos de los que no sabía el origen. Comentamos favorablemente sobre el restaurante; la moza fue muy diligente con nosotros y nos dirigió al mejor lugar. Saqué la silla para que se sentara mi adorada Mujer de Boca Grande; se sentó y me dio las gracias y dijo que era muy amable. Después que leímos el menú y ordenamos, hubo un pequeño silencio. La observé inquieta y de inmediato comencé a sentir una turbulencia de impulsos: vi que ella se cruzaba de brazos a la vez que me miraba graciosa; levantó una ceja, hizo una sensual mueca con los labios y sonrió juguetona, y dijo naturalmente:

—Continúas sorprendiéndome, Poeta... He leído y leo tu Blog… Desde un principio supe que la Mujer de Boca Grande tenía algo de mí.

—Te aclaro que no tiene algo de ti, sino todo…

—¡Ay! Déjame decirte algo antes que se me olvide. ¿Qué vas a hacer el viernes 28?

—Por ahora no tengo ningún plan; ¿por qué de la pregunta?

—Bárbara Forestier ha organizado otra ‘lectura de cuentos’ en el Café Berlín. Me gustaría que fueras, y nos acompañaras.

—Si tú vas, seguro que estaré allí. Sabes cuánto sueño por verte, y de compartir contigo.

—Perfecto. Nos encontraremos allí entonces… Pero retomando el tema: vitalmente me impresionas, me intrigas, Poeta… En ningún otro Blog he leído una obsesión tan genuina, tan dramática y tan bellamente contada. Tienes una mirada para los detalles que es envidiable. Nadie más que yo sabe cuán fiel has escrito todo; has contado lo más importante; y me deja sin habla la hermosura de tus palabras. Gracias, en verdad.

—Al contrario, gracias a ti. Toda mi escritura, mi inspiración, mi sensibilidad, ha cambiado desde que te conocí.

—Lo fascinante, poeta, es cómo absorbes nuestros encuentros, nuestras palabras, nuestra realidad y las pincelas de poesía, las enmarcas de ficción; es difícil deducir si lo que cuentas es real o ficticio. Además que cuentas tu punto de vista, lo que piensas y lo que sientes, tus impresiones sobre mí…, que me maravillan. Lo cuentas todo de manera tan especial.

—Varios amigos y amigas han creído que los dos primeros encuentros fueron travesuras de mi imaginación, y que no existe tal Mujer de Boca Grande.

—Bárbara Forestier me conoce; ella lo comentó. Además de Bárbara, hay dos ‘Fantasmas’ que te visitan y te comentan… que saben quien soy.

—Te confieso que hay un ‘Fantasma’ que tú no conoces, pero que está al tanto de nuestra situación, que sabe que existes, y de lo perturbado que estoy por…

—Se han solidarizado contigo, Poeta; percibo sinceridad de parte de los que te comentan; me alegra que te hayan deseado lo mejor.

—Realmente, todos han sido muy generosos. En mí tienen un amigo.

—Aprecio a tus ‘Fantasmas’, lo digo con mucha franqueza. Me preocupa algo: que me tomen a mal. Confundida…, no puedo más estarlo. Tienes que decirles que me caes bien cada vez más, que te admiro mucho; creo que eres un hombre muy bueno, sensible y diáfano, como pocos. Pero tus ‘fantasmas’ deben entender que tengo un gran dilema que me ata, y primero tengo que desanudarla. Debes decirles, y sabes, que me gusta hacer las cosas correctamente.

—No van a pensar nada de ti. No tienes culpa. He sido el que ha elegido este sufrimiento, el que ha querido desentrañarse de dolor. No te preocupes, mis fantasmas comprenderán; todos son extraordinarios.

—Has hecho un gesto extremadamente hermoso, Poeta. Existen mujeres que sueñan con que un hombre les escriba algo semejante, como lo has hecho conmigo. Me has tratado divinamente, Poeta, en esta historia. Creo que por eso es que los comentarios han sido tan favorables; en cierta u otra forma te admiran; especialmente, a las mujeres las has conmovido, las has imantado.

—Los ‘Fantasmas’ son parte de esta historia. Créeme que aunque tú eres la mujer por quien me apasiono y me desvelo, y a ti es a quien dedico mis palabras, yo escribo pensando en cómo agradar a todos mis 'Fantasmas'.

—Quisiera saber por qué tus 'Fantasmas' son mujeres: aparte de Quirón, Verde Oscuridad y de nuestro amigo Emilio del Carril, por supuesto.

—Te adelanto que muchos amigos me notifican que me leen, aunque no comenten. Pienso que se sienten más cohibidos de expresarse de lo que son ellas…

—Poeta…, de ellas precisamente quisiera que me hablaras, que me las describieras. Me interesa saber si han preguntado por mí, qué te dicen, si has conocido algunas...

—Si de describirlas se trata, tendría que tomar todas las palabras hermosas del diccionario. Pero no te puedo negar nada: para contigo ‘negación’ no existe. Pero no creo que tengo el tiempo suficiente para describirlas, o para decirte con quién hablo, quién me anima y me motiva a seguir adelante, o a quiénes he conocido, y te sorprenderías quién ha sido mi pañuelo de lágrimas. Tal vez orgullosamente te contaré de ellas, pero en otro momento…

Nos interrumpió la moza, quien nos trajo la comida. Mas tomemos esta parte de la historia con calma; contaré prontamente lo que pasó durante la cena y la conclusión de esta magnífica tarde con la Mujer de Boca Grande.

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Friday, April 21, 2006

En una tarde en el viejo San Juan


Tercer Encuentro: Primera Parte

Desperté y lo primero que evocó mi mente fue un ‘la amo, quiero verla hoy.’ No me importaron las responsabilidades, y me dirigí al lugar donde ella trabaja. No sé si se incomodará de verme tan inoportunamente; le tendré que explicar que me dejé llevar por el rastro de su perfume, el que grabé al inhalar su hombro, el mismo hombro desnudo que mi nariz palpó tibio y terso; el mismo hombro que condujo a mi olfato hacia la raíz de su cuello esbelto, el que me moría por besarlo, y no pude. Ahora estoy al pie de estas escaleras, mirando el reloj, impaciente que ella aparezca para invitarla a cenar. A ella misma… la Mujer de Boca Grande, mi musa, mi tanto, mi todo.

Después de varios minutos, ella salió acompañada de una amiga. Sonreía con esos labios eminentes teñidos de almíbar. De pronto, se percató de mi presencia, quedó sorprendida por un instante (lógicamente: no me esperaba allí). Sonrió exquisita (y todos los que estaban a su alrededor dedicaron de su tiempo para admirarla), imagino que ella pensó algún detalle sobre mi sana locura. Susurró algo al oído de la amiga, y ésta tomó otro rumbo.

Bajó las escaleras con el cuidado y el refinamiento de una princesa (creo que lo hizo a propósito), para que disfrutara de su pasarela, para que yo cartografiara la geografía de su cuerpo, para que mis ojos se ensimismaran en la simétrica curvatura de sus caderas medianas, para narcotizarme con el desplazamiento de sus piernas perfectas y sensuales. Entretanto caminaba hasta mí, el viento invisible le peinaba el cabello, y no pude resistir en desviar la mirada para fijarme en su boca grande, la que se acrecentaba descontrolada, la que imaginé que venía decisiva e impetuosa, con el poderío de avalancha, para sepultar mis labios con esa boca Antártica, imperio de inagotables nevadas.

—¡Poeta! ¿Qué haces aquí? —me dio un beso sonoro en la mejilla, y luego me abrazó de una forma como nunca lo había hecho. Fue un abrazo pausado, casi eterno, como si no quisiera que terminara.

—Vine para invitarte a cenar —dije mientras ella presionaba aún más mi espalda con sus manos.

—Pues… tú decides en dónde —me contestó sutilmente bien cerca del oído.

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Friday, April 14, 2006

En la ínsula del Taller Ce


Segundo Encuentro

Estoy en la primera silla junto a la barra, y llevo más de media hora que la espero, y no llega. El dueño del Taller C, Héctor Manzano, escritor, músico y cantautor amigo mío, se incomoda de verme mirando tanto tiempo hacia la puerta. Y mientras me sirve en una fina copa vino tinto, ‘¿A quién esperas?’, me preguntó con ese tenor tono. ‘Espero a una amiga; por ahora… a una simple amiga… Francamente… a una porcelana de mujer a quien esperaría por la mañana de veinte siglos, o contaría del Sahara cada grano de su arena, convertiría mi impaciencia en una diáspora de tortugas o enfrentaría una caballería de tornados y tormentas. Y Manzano al escuchar esta melodía poética dijo con fervor: ‘Por fin voy a ver a tan famosa mujer que te ha inspirado tanto… esperas a la Mujer de Boca Grande.’ ‘Sí, te prometí que la traería; sabes que siempre cumplo con mi palabra’, le respondí. ‘Ya llega, hombre… calma’, me alienta con su voz particular.

Decidí abandonar la barra y me senté cerca de la tarima para escuchar a los intérpretes y fijarme en el laberinto de los acordes de guitarra. No hay duda que el Taller C tiene un fondo sublime. Miré hacia el techo y noté que las bombillas eran las causantes de iluminar de violeta al lugar. De momento, mi vista se nubló porque alguien tuvo la picardía de ubicarse detrás de mí y de taparme los ojos. ‘¿A que no sabes quién soy?’, pero no reconocí la voz e insistí varias veces que no sabía. Cuando me destaparon los ojos, quedé desconcertado porque la encontré sentada frente a mí, con esa boca gigante pincelada de acuarela.

Sonrió majestuosa, me tomó la mano, abrigué la de ella con las mías, se levantó, enarboló su cordillera de labios y me besó cerca de la boca. Mi mirada cayó al vacío y quedé tenso como cuerdas de violines. ‘Nos vemos nuevamente, poeta’, dijo radiantemente coqueta. ‘Soy poeta desde que te conocí. Antes, nunca lo había sido. Mis últimos versos no surgirían, si no fueras tú.’, le contesté, pero no me creyó y enfatizó: ‘Eres poeta, y punto.’ Jamás discutiría con ella porque la quiero, tranquila, en calma, para toda la vida.

Entre miradas y sonrisas juguetonas, comenzamos a dialogar de cosas sencillas: de cómo nos sentíamos, qué habíamos hecho durante el día, sobre cuán adelantados iban nuestros cuentos y novelas (también ella es escritora); de vez en cuando nos reíamos al criticar algo curioso de alguien. En un momento oportuno ella me felicitó por la simpatía que había ganado The Talio's Blog, y aprovechó para decirme que le había encantado las imágenes y la narración tan hermosa y cuidada de En una noche en el jardín de las miradas. ‘Me sigues sorprendiendo’, fueron sus últimas palabras.

Un instante de silencio fue suficiente para contemplarla: su pelo castaño se extendía libre hasta su pecho. Adornaba en su garganta esbelta un collar que entrelazaba piedrecillas rojas. Vestía un ceñido traje rojo intenso, que dejaba al desnudo el horizonte de sus hombros, y rápidamente imaginé que me daba permiso para olerlos, y que me nutría del perfume que dormitaba en ellos. Igualmente roja estaba su boca estratosférica, galáctica como siempre. Embriagado de ensueño le dije: ‘Necesito decirte algo’. El semblante me cambió, lo noté por el rostro de ella. Motivada por la curiosidad, comenzó a acercárseme. Y comencé a marearme al ver esa boca marina, cuya marejada de labios quise besarlos ya de una vez. Totalmente preocupada, posó su mano en mi antebrazo, ‘¿Qué te pasa, poeta?’, me preguntó. Cuando iba a expresarle mi desvivo de besar su boca grande, ella colocó su índice en mis labios, y detuvo de mis palabras. ‘No tienes que decir nada. Te he leído, poeta. Lo sé todo.’ Delineó su boca grande una sonrisa primorosa, y dirigió su brazo detrás de mi cuello, me atrajo hacia ella, me dio un cálido abrazo, y mi olfato se adueñó de la fragancia que perfumaba en su hombro.

Luego de terminado el abrazo, me tomó de las manos y se despidió: ‘Gracias por invitarme a este especial lugar; yo elegiré el próximo. Eres muy dulce, poeta. Cuídate. Encantada de volver a verte.’

Y vi la sombra de su silueta desaparecer, como si la noche se escondiera dentro de la luna; y no pude encarcelar dentro de mis párpados, los cometas, que con trayectoria arrebatada, comenzaron a surcar por mis mejillas.


Imágenes: Arte en vidrio, por Martiña Reyes
Local: en el segundo nivel de Plaza las Américas, al lado de Sears

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Saturday, April 08, 2006

En una noche en el jardín de las miradas

Primer Encuentro

Cuando entré, la vi contenta, con esa sonrisa que remolina océanos. Y rápido, su presencia me engalanó de nervios y revoluciones. La vi arrullando a todos con sus anillos de labios. Todos aceptaban gustosamente ser marionetas. La vi hipnotizando a tumultos, con esa boca Himalaya, meta de los alpinistas. Sí, ella misma…, la Mujer de Boca Grande, la primera maravilla del mundo.

Tan pronto la curiosidad ató su mirada con la mía, me sonrió con ese campo de orquídeas blancas, y me ordenó que fuera donde ella, para que me llenara de su encanto, para que catara su molde refinado. Ya no tuve más voluntad y amorosamente me convertí en otra marioneta.

Pude ver de cerca la vereda de sus ojos que se duermen cuando ríe. Nuestras mejillas chocaron y desperdiciamos un beso que se perdió en el aire. Le iba a decir que se veía mágicamente hermosa, pero sonrió, y quedé en silencio. Ella me invitó a que nos sentáramos. (Junto a ti, no lo podía creer, qué momento de ensueño). Acaparamos la atención; éramos blancos de todas las miradas, que sangraban por nuestra sencilla postura de dos que solos conversan.

Una vez sentados, por varios segundos nuestras miradas se atacaron veloces. Nos espiábamos cada sílaba de nuestro rostro, de nuestro cuerpo. No sé cuáles fueron sus pensamientos, pero lo más seguro fueron dudas, descartes o probabilidades. En cuanto a mí, me convencí que nací amándola y que respiraba su nombre, y que deseaba a gritos un beso suyo para inmortalizarlo en mi memoria.

Angelicalmente se acercó y vi su boca que se agigantaba como si fuera a tragarme. Susurró unas palabras benévolas que no escuché, por mis nervios, pero que supe lo que decía por la lectura que le daba a su boca: que ella sabía que la poemizaba, que se sentía halagada, que nadie la había enmarcado en tan inspirados versos; sin embargo, me recordó que tenía primero que resolver unas pequeñas cosas.

Le contesté que todo era cierto y que la comprendía, pero que no me olvidara nunca, que me guardara en cada punta de su cabello. Inmediatamente sonrió reina, sus ojos remaron de gratitud. Y tiró su cuerpo contra el respaldo de la silla, colocó los índices detrás de la nuca, comenzó a sacudir y a revolcarse el pelo, y lo llevó hacia el frente con el fin de que coronara su pecho. (Me aturdí ante esos movimientos simples, y lloré por dentro). Ladeó su cabeza y me regaló una mirada de breve sensualidad. Protuberó los labios, y al momento desquicié por ellos. Me pronunció unas palabras, que no pude escuchar, pero que por la contorsión de sus labios leí un ‘me hacía falta sentirme tan bien… gracias’.

¿Cómo se interpretan estos gestos y estas palabras? Descarte…, probabilidad…, agradecimiento… No sé. Nos despedimos, y llegamos a un acuerdo tácito de volver a vernos. Me fui cabizbajo entre la alegría de haberla visto de nuevo, y la tristeza de no haberle insinuado con mi voz cuánto amo besar su boca grande. Pero habrá otra ocasión, otra vida..., en otro universo.

No se preocupen, les estaré al tanto de todo; y les contaré del próximo encuentro con la Mujer de Boca Grande. Espero que el destino evite que esta historia tenga un final abierto.

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Friday, April 07, 2006

Tras Bastidores

Increíble, pero una considerada parte de los que me han visitado y de mis amigos/as escritores/as, me preguntan que quién y cómo es, que cómo va la cosa, que qué ha pasado, que rezo para que se dé el beso por el que te desvives, que tírate de cabeza o sin paracaídas…, para que nos cuentes luego. Percibo que hay una curiosidad por saber a quién le pertenece esa boca de mar y cómo terminará mi historia con ella. Pues parece que la Mujer de Boca Grande se ha convertido en un famoso personaje. Un ejemplo de esto: ayer fui con un pequeño grupo de escritores/as al Taller C (estuvo lleno, había varias celebridades: Silverio Pérez, Jossy Latorre, Irvin García, el Topo, y otros artistas de las distintas Artes) y me acerqué al dueño, que es un escritor y cantautor amigo mío, se alegró de mi visita, nos saludamos y rápido me dijo: ‘‘Oye, Neftalí, y cuándo vas a traer a la Mujer de Boca Grande’’—y le prometí que un día de estos.

En verdad, les agradezco sus mensajes y consejos de solidaridad y empatía; pero como les dije a todos: ‘‘No es fácil el camino para llegar al Paraíso’’.

Thursday, April 06, 2006

Los documentados, de Yolanda Arroyo Pizarro


Asistí el jueves, 6 de abril, en la Librería La Tertulia, a la presentación de la novela Los documentados, de Yolanda Arroyo Pizarro. Conocimos, por medio de Mayra Santos Febres, las características narrativas de Yolanda Pizarro. Ésta se perfila como una de las escritoras de la contemporaneidad puertorriqueña.

Luego le tocó el turno a Yolanda, quien nos regaló unas palabras que por las cuales se ganó la simpatía de todos; pudimos percibir sus dotes creativos, su personalidad jovial, sensible y humilde. Después, con la colaboración de varios escritores, se leyó un ensayo, un relato y dos cuentos, todos relacionados a la temática de la novela. En fin, una presentación acogedora, dinámica y muy motivadora.

Felicidades Yolanda, te deseo lo mejor.

Para que vean algunas imágenes de esta presentación pueden visitar a:

  • Borreales
  • Saturday, April 01, 2006

    Mujer de Boca Grande

    Es lo que me falta en la vida:
    besar a la mujer de boca grande.
    A mi boca le divinaría naufragar en ella,
    y beber de su chasquido embriagante.

    Nunca he besado esa boca colosa.
    Imagino su beso enorme
    que me encapsula toda la cara.

    Mujer de boca grande, arquea tu boca monumento,
    aprésame los labios y columpia mi corazón.

    Para mi amiga A . .


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    Creative Commons License
    This work is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial 2.5 License. Derechos Reservados © 2006 Neftalí­ Cruz Negrón